sábado, 1 de enero de 2022

Momentos: 12 uvas para 2022

12 uvas para 2022

Tengo por costumbre arrancar el nuevo año con una crónica que resume lo vivido en una etapa ya cerrada. Una carpeta repleta de apuntes y tachones deja su sitio a otra en blanco que se irá llenando de recuerdos. Mi delicada memoria me lleva a cientos de momentos a los que intento dar forma antes de olvidarlos. Otro año que se aleja volando, pero que me deja recuerdos lejanos e intensos. 2021 ya es historia, ya no volverá, pero estoy seguro de que no hemos perdido un año. Se perderá el tiempo, pero no los años. Y este es el séptimo en el que me siento a reflexionar. 

Lo hago por amor a la escritura y por costumbre.

La palabra trabajo controla nuestra cartera y nuestra mente. Marca el ritmo, la rutina y los tiempos. Agobia y tranquiliza. En enero, después de once meses trabajando en una agencia de comunicación, perdí mi empleo y comencé a caminar por el desierto de las ofertas de trabajo, las becas y los correos enviados al vacío. Un largo camino plagado de temporalidad y precariedad. Nueve meses y medio busca que te busca, sin encontrar la recompensa que quizá merecía. En ese tiempo, y a pesar de contar con un currículum aceptable para mi edad y no tener las preocupaciones propias de la independencia, apareció por mi cabeza una palabra de moda: ansiedad.

La ansiedad propia de la incertidumbre de la juventud.

Pero, por sorpresa, por insistencia o por esa pizca de suerte siempre necesaria, una mañana de mediados de noviembre sonó el teléfono y apareció esa oportunidad. La recomendación de un buen amigo me ha llevado a trabajar desde hace mes y medio en el departamento de comunicación de Esade, una escuela de negocios con visión internacional, a partir de la colaboración que tienen con la agencia de comunicación Deva. Un auténtico regalo que va a aportarme el conocimiento y la experiencia para crecer, además del colchón económico suficiente en un entorno agradable.

Pero el inicio de esta nueva etapa laboral ha restringido el tiempo que dedicaba a la prevención del suicidio desde la óptica de los medios de comunicación. 2021, o ese año que se acaba de escapar, ha sido, sin ninguna duda, el año que más momentos he disfrutado en mi papel como periodista especializado en esta temática. Recuerdo como hace tres veranos, por casualidad, me encontré con el pódcast que me obligó a interesarme por un problema que se lleva la vida de casi 4.000 personas cada año en España, siempre según cifras oficiales. Ya son once al día.

A este trabajo en la sombra ayuda el paraguas de la Asociación de Profesionales en Prevención y Postvención del Suicidio ‘Papageno’. Un estupendo grupo de personas que sirve de punto de encuentro en la búsqueda compartida de salvar vidas. No hay mejor objetivo que ese. Aquí coordino el proyecto Periodismo Responsable, dirigido a ayudar, orientar e instruir a los periodistas que informan sobre el suicidio. Un tema cada día más presente en la agenda, pero que todavía peca de errores, de mitos y de desconocimiento. No sirve con manuales secuestrados y con promesas infinitas, ya que ese cambio solo llegará con la formación y el seguimiento necesarios.

Para animar a que ese cambio pase de ilusión a realidad, Papageno y la Asociación de Familiares y Amigos Supervivientes por Suicidio de las Islas Baleares (AFASIB), organizamos la primera edición del premio #PeriodismoResponsable. Una iniciativa pionera para distinguir a los mejores trabajos que visibilizan el problema del suicidio y ayudan a salvar vidas. Un reto mayúsculo, un trabajo gigantesco, cerrado con una recompensa infinita. Más de 50 candidaturas pelearon por ganar un premio sobre un tema del que, dicen, decían, no se puede hablar. Es nuestro deber hacerlo.

El 10 de septiembre de 2021 entregamos los reconocimientos en un emotivo acto en el CaixaForum de Palma de Mallorca. El reportaje titulado ‘Suicidio: una decisión sin vuelta atrás’, una auténtica joya periodística elaborada con cariño por Luisa Pérez y Javier Monterde, dos profesionales de Radio Nacional de España, se llevó el primer premio en la categoría nacional. Por otro lado, en la categoría local, el jurado coronó a Pilar Ruiz Costa y a su columna ‘Saltar al vacío’, escrita desde lo más íntimo de su corazón. Dos fantásticos trabajos como ejemplo de visibilidad y prevención. Fue una pena no poder estar allí y disfrutar, en directo, de un evento para la historia.

Pero todavía no cuento con la magia de Harry Potter en mis venas.

El día anterior, en una calurosa tarde veraniega, llegué a Murcia desde Madrid para participar en las ‘I Jornadas sobre psicología y suicidio’. Un sabroso pastel de carne y una noche inquieta y sin sueño precedieron a una ponencia, con grandes dosis de debate, sobre el tratamiento del suicidio en los medios de comunicación. Otra grata experiencia que me ayudó a entender mejor las dificultades para informar (bien) del suicidio. Hay que vivir en una redacción para comprobarlo. Un recuerdo más para mi mochila gracias a la confianza y cercanía de la directora de la orquesta.

Recordaré el 10 de septiembre de 2021 como uno de los mejores días de mi vida. 

Ya de vuelta en la capital, disfruté de otro momento inolvidable acompañado por tres figuras y un micrófono. Sentado en los estudios de Radio Nacional de España, pude entrevistar a Luisa, Javier y Pilar, ganadores del premio #PeriodismoResponsable, y eso despertó en mí un interés notable por la radio. Un medio cercano, impulsado por los pódcast, en el que nunca he tenido la oportunidad de trabajar. Si el tiempo fuera eterno, apostaría por crear un canal de entrevistas para mejorar las pausas, el tono, la respiración o los silencios, paso previo para abrir la vía de un futuro al micrófono.

Tienes voz de radio, me han dicho muchas veces.

Después de un 2020 sin huellas formativas en la universidad, el viejo año regaló el regreso a las aulas. He podido impartir, acompañado por la imprescindible sabiduría y voluntad de tres psicólogas distintas, el taller ‘Informando sobre el Suicidio’ a cinco grupos de estudiantes de cuarto de Periodismo de la Universidad Complutense de Madrid. Una formación previa a su llegada a las redacciones, diferente a la frase sin contexto recibida por promociones y promociones de periodistas. Unos talleres para cambiar la actitud de los pintores que hacen llegar la información a la sociedad.

Pero la mochila de la prevención almacena algún recuerdo más. El año arrancó con el curso ‘Primeros auxilios psicológicos en situaciones de crisis’, donde impartí, junto a varios profesionales de Papageno, una formación a profesores de Jaén. En el mes de junio, participé en el webinar ‘Tratamiento de la información sobre Suicidio desde los Medios de Comunicación: Orientaciones desde la Psicología de Emergencias’, y desde el verano colaboro, junto a la pericia de dos profesoras de la Universidad de Murcia, en una ineludible investigación sobre el tratamiento informativo del suicidio en los medios de comunicación, que debería ser publicada en unos meses.

El año que acaba de arrancar será clave para la prevención del suicidio. Sin conocer los datos de 2021, la recién aprobada Estrategia de Salud Mental protege entre sus páginas una línea estratégica dedicada a la conducta suicida, pero aún falta conocer lo que va más allá de un PDF, al igual que con el deseado teléfono de tres cifras. El 024 será al suicidio lo que el 016 es a la violencia machista, pero el recurso esconde muchas incógnitas. Mientras, los medios de comunicación, que adquirirán rápido la costumbre de incluir este recurso de ayuda, jugarán su papel de ángel o diablo a la espera de recibir unas pautas que deben ir más allá de la percha de Forqué.

2020 se escapó sin que pudiera ver el mar, pero en 2021 regresé a Las Canteras, la playa de mi vida. Necesitaba alejarme de la rutina madrileña y subir a un avión para pisar la arena, disfrutar del agua, jugar con las olas, pasear sin el cronómetro, comer a diario de menú y cambiar de rutina. Necesitaba recuperar las costumbres que nos habían quitado. Regresar a Gran Canaria con mi padre como habíamos hecho antes de la pandemia. A ese viaje se sumó el turismo repetido de una senderista en julio y la visita de la cabeza visible de Papageno en septiembre. Añoro un regreso sobrio a Alicante y un viaje con la compañía familiar femenina. 

Viajar, qué palabra. Ojalá también pueda hacerlo con un taco en la mano.

A la pandemia le debo el descubrimiento del snooker. Un verano distinto se tornó en el momento perfecto para conocer las maravillas de un tapete verde con un número excesivo de bolas de color rojo. Estoy enamorado de mi deporte favorito. Sueño con viajar a Gibraltar, pisar Sheffield algún día, disfrutar en directo de un torneo. Sueños que, espero, se harán realidad algún día para así poder empaparme de la paciencia, el talento, la inteligencia, el respeto, la precisión y la honestidad que mandan sobre el paño. Valores que definen el deporte, esa palabra perseguida por el negocio.

La celebración en silencio de Yan Bingtao, la bola mágica de Judd Trump, el milagro inolvidable de Jordan Brown, la semana fantástica de John Higgins, la sexta muerte en la orilla de Jack Lisowski, la peluca rubia de Neil Robertson, el sueño roto de Bai Langning, la remontada histórica de Shaun Murphy, el cuarto grito de Mark Selby, la victoria perezosa de Mark Williams, el suspiro de Mark Allen, el talento puro de Zhao Xintong, la merecida recompensa para Luca Brecel y la magia de Ronnie O’Sullivan aparecen entre mis recuerdos como los momentos del snooker en 2021. Disfruten.

Mi próspero matrimonio con el snooker ha creado una distancia de seguridad con el fútbol, ese auténtico negocio con mayúsculas. En la búsqueda de una vida tranquila, lejos de la polémica, el insulto constante y el odio infinito, he rechazado el rencor del balón y de sus secuaces. El periodismo, en su búsqueda de la rentabilidad, titula sin informar, rumorea sin destino y repite sin conclusión. Llena sus páginas digitales con porquería machista y terrorismo informativo apoyado en la pandemia. En la cruzada entre la calidad y las visitas, ha ganado el dinero. Pierde, claro, el periodismo.

Acabaré aficionándome a los dardos.

Abriendo el abanico más allá del snooker, ese deporte apenas conocido que lo tiene todo, disfruto de la intensidad y de la emoción del fútbol sala con la compañía de mi abuelo y de la Fórmula 1 acompañado desde la distancia. Una temporada repleta de momentos para el recuerdo ha finalizado de la peor forma posible. La igualada lucha por el título hasta el último suspiro o el regreso con pisadas de Fernando Alonso han quedado ensuciadas por la decisión, errónea e interesada, de incumplir a sabiendas el propio reglamento para acabar con el dominio casi incontestable de Mercedes.

Una decisión, ya sin recorrido en los tribunales a pesar de los gritos iniciales, que el mismo día me hizo replantearme mi relación con ese deporte que sigo con pasión desde que Fernando Alonso empezó a ganar. Tenía siete años y, junto a mi abuelo, me enganché a la voz de Antonio Lobato para ver cómo unos coches daban vueltas en un circuito. Sin embargo, lo ocurrido bajo la noche de Abu Dabi bien merece una pausa salvo que los patrones del negocio enmienden su error con el perdón. Una encrucijada personal entre seguir pegado al asfalto y el miedo a perder momentos y conversaciones imprescindibles. 

Principios u olvido.

La política y el fútbol dominan la agenda de los medios de comunicación. Ocupan un espacio excesivo a diario, cuando ambas tienen en común la mentira, la polémica, el odio y la división. Sorprende ver cómo dos temas tan alejados de la realidad habitan páginas, abren telediarios y protagonizan debates. Incomprensión total. Sin memoria ni reflexión, acabamos entregados a la guerra. Manipulados por cazadores de votos y juglares sin conciencia. Lo ocurrido en 2020 ya parece olvidado. Ancianos muertos en las residencias. Aplausos fugaces. Culpables sin culpa. Discordia gratuita.

Somos la rabia que nos han obligado a sentir.

Vacuna ha sido la palabra del año. Un pinchazo, o varios mejor dicho, que ha valido como la rama a la que agarrarse en la incertidumbre. El corcho de la rata en el cubo de agua. Pero la vacuna no ha frenado el foco insufrible que los medios han puesto sobre la pandemia. Amparados por los números, porque esta es la pandemia de los datos, continúan poniendo excesiva vigilancia en las cifras de contagios, cuando el foco debería ponerse desde hace meses en las personas que pasan la noche en un hospital o que, por desgracia, mueren. Pero esas cifras llaman menos la atención.

El coronavirus continúa siendo la única enfermedad conocida. Mientras, las listas de espera han crecido, el desgaste de los sanitarios ha aumentado y la paciencia social ha aguantado. Hacen falta más recursos, eso ya lo sabíamos de antes, pero en este sistema de reparto de sillones se carece de la palabra clave para todo: querer. Clave porque pueden, pero no quieren. Saben que la sociedad acudirá a votar cuando, por cualquier motivo, abran las escuelas. Esa es su mayor victoria. El virus sigue en los nombres depositados en las urnas. Que gane el que menos mienta.

Abrocho un nuevo capítulo con un párrafo imprescindible: el que dedico a la música, ese elemento que juega un papel capital en mi vida. Anima, distrae y transporta a un nuevo mundo. El nuevo disco de Sam Outlaw, dominado por la armonía de ‘Stay the Night’ y la explosividad de ‘Popular Mechanics’, es pura dinamita. Otra joya más a la que he añadido el reencuentro con James Blunt, la confirmación de Vertical Horizon como una banda vital y el descubrimiento de Joyce Jonathan. La cantante francesa, de un notable talento, me ha aportado el sosiego y la tranquilidad que necesito.

Si un jour.

El nuevo año es ya una realidad con fecha de caducidad. Con la estabilidad que me aporta el empleo, la palabra ansiedad ha desaparecido de mi cabeza, pero no se ha marchado de otras muchas. Vigilar mi salud mental y descansar lo suficiente siguen siendo una prioridad otro capítulo más. También cuidar y disfrutar más de la familia, sin cocodrilos en el hospital. En unos meses cumpliré un tercio de mi vida y tengo la necesidad de refrescar la lista de amigos, encontrar a alguna persona más, conocer a personas con mis mismas aficiones. Necesidades que vienen de antaño y que son cambios que debo aceptar. La insólita normalidad dictará sentencia. 

Feliz 2022 a los que están, a los que quizá ya no estén y a los que siguen sin querer que estemos.

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