martes, 25 de diciembre de 2018

Una necesaria reflexión sobre periodismo

Una necesaria reflexión sobre periodismo

Guillermo Córdoba Santos
Madrid - 20 DIC 2018

Las personas que me conocen saben que soy un chico al que le gusta mucho leer. De hecho, esa fue una de las razones que me empujaron a elegir hace algo más de tres años la carrera de Periodismo. Quizá esa manía empezó en casa gracias a mi abuelo, que cogía casi todos los días el 20 Minutos, un periódico gratuito que todavía sigo leyendo en papel en la universidad. Además, todos los domingos, mi abuelo compraba (y compra) el Diario AS, que también leía. Pero esa costumbre de leer no viene sólo por lo que he leído en casa.
Cada dos fines de semana tenía que irme con mi padre, y tanto el sábado como el domingo íbamos a un bar a tomar algo con varios amigos suyos. Yo, un niño de, no sé, 10 o 15 años, me aburría allí, y eso me llevó a leer el periódico, porque rara vez puedo estar quieto. Mientras mi padre y sus amigos charlaban botellín en mano, yo me sentaba en una mesa y leía, intentando así que el tiempo pasara más rápido. Hoy me encanta leer gracias a esa afición por la lectura de mi abuelo y a los fines de semana de bar y lectura con mi padre.
El último curso de la carrera de Periodismo ha puesto en mi camino un libro sobre la que quizá será mi futura profesión. Periodismo herido busca cicatriz, de Javier Mayoral, se define a la perfección en un título que no deja indiferente a nadie. El escritor, con reflexiones tanto personales como compartidas, busca respuestas a la debilidad de uno de los pilares más importantes de una sociedad. Se aparta del oscuro silencio para encontrar la luz a pesar de los múltiples obstáculos.
El periodismo es, sin duda, un oficio en crisis y lleno de incertidumbre. Ha perdido la credibilidad que antes atesoraba confundiendo rumores con noticias y dejando de lado a la sociedad en una búsqueda constante de la rentabilidad. La profesión ha sido golpeada por el cambio tecnológico, que ha hecho desaparecer quioscos mientras móviles y ordenadores ganaban la batalla al papel. Como bien cuenta en el libro Iñaki Gabilondo, “se cae un mundo y está naciendo otro”.
Recuerdo leer hace dos veranos El fin de una época, del periodista Lluís Bassets. Todavía guardo la imagen de una de las páginas. En uno de los párrafos, el autor define a la perfección la importancia de anticiparse a las crisis. Cito textualmente.
El mejor momento para reflexionar sobre una crisis es antes, cuando todavía nada ha sucedido, y aún hay tiempo para prepararse y encajar lo que vaya a venir en buenas condiciones. Pero entonces nadie piensa en los malos tiempos que pueden venir sino en sacar provecho de los tiempos buenos que todavía se disfrutan”.
He recordado esa imagen mientras leía el diálogo de Javier Mayoral con Soledad Gallego-Díaz. En él, reflexionan sobre los cambios que la crisis ha producido en los criterios de selección de noticias, en esas reglas básicas que han cambiado. Con el paso de los años, la opinión le ha comido el terreno a la información y ha irrumpido en un ámbito en el que antes tenía vetada la entrada. Antes, los hechos eran más importante que el negocio y la rentabilidad.
La autocrítica, necesaria en el tortuoso camino hacia la idónea regeneración, ha sido escasa. Muchos periodistas (no todos, por supuesto), han elegido quedarse en casa en vez de salir a la calle a buscar la solución al problema. Mientras, parte de ellos han sufrido las consecuencias de una crisis laboral en la que la famosa rentabilidad ha ganado la partida a la calidad. En lo público y en lo privado, miles de profesionales se han quedado en la calle sin poder hacer lo que les gusta.
Pero esa falta de autocrítica es consecuencia, también, del miedo, de la censura y de la manipulación. Resulta sorprendente y triste esa breve anécdota en la que un alumno de la clase del autor reconoce con sinceridad que “no le han publicado algún texto porque podía molestar”. Lo hace como si fuera normal, como otra de esas costumbres que no nos sorprenden porque sabemos que no van a cambiar. Es un combate desigual pero no imposible de ganar.
La crisis, la famosa crisis, ha maltratado al periodismo. Los lectores ya no confían en los periodistas porque se sienten engañados. La pérdida de la información en favor del espectáculo ha resentido esa confianza tan difícil de ganar y mantener. Así, los periodistas han sido abandonados por parte de una audiencia que no ha querido soportar más el engaño. Esto ha resentido la calidad de la democracia y ha hecho dejar a un lado los principios profesionales de la profesión.
La mentira es más barata que la verdad. Es más fácil publicar mentiras, es más fácil inventar, buscar un beneficio con un bulo o una noticia falsa antes que contar las cosas como son. Internet y la inmediatez han propiciado el crecimiento de las noticias falsas, que se difunden con rapidez a través de las redes sociales. Pasan de un dispositivo a otro sin contraste alguno para confundir a una sociedad que ya no sabe lo que creer y que se deja llevar por las emociones.
La educación es un aspecto fundamental para los periodistas. Su primer objetivo es formarse, adquirir un conocimiento en la universidad para convertirse en unos buenos profesionales en el futuro. Deben cumplir con lo que la sociedad espera de ellos. Por eso, cualquiera no puede ser periodista. Sin unas nociones básicas no se puede ejercer una profesión tan vocacional como esta. Y para formarse de la mejor manera posible el papel de los profesores es esencial.  
Sin embargo, existe el problema de la ortografía. En el libro, Alex Grijelmo aboga por suspender a todos aquellos alumnos que tengan una falta de ortografía. Esto obligaría a una mayor exigencia que eleve los conocimientos de los alumnos, ya que escribir bien es tan importante como informar bien. Tanto el periodista como Mayoral piden dedicar más tiempo a la redacción en las aulas, algo que sin duda concuerda con el criterio de los alumnos que acuden a la universidad. 
Los estudiantes demandan más práctica y menos teoría, pero son pocos los que al ser preguntados levantan la mano para confirmar que escriben en algún lugar fuera de la universidad. Las múltiples opciones que ofrece Internet dejan todavía más claro que el interés de los jóvenes por la lectura es cada vez menor. La falta de entrenamiento en las aulas es evidente. Aparece en cada examen, con faltas de ortografía y errores gramaticales fruto de un mal aprendizaje pasado y de un mínimo interés por solucionar ese problema en el presente.
Entonces, ¿cómo salen de la universidad los estudiantes de periodismo? ¿Salen bien formados? La pregunta, difícil de responder, merece toda la atención por su importancia para el futuro. Si la formación no es la ideal, dentro de unos años los profesionales no harán bien su trabajo y el periodismo seguirá marchitándose en ese túnel infinito por el que todavía no ha llegado la luz. La solución, en ese caso, debe ser rápida para que las generaciones futuras puedan subsanar un problema que si ahora es grave irá a peor, como todo, con el tiempo.
El libro también tiene su espacio para el despreciado periodismo deportivo. Son lugares en los que la expectación y el espectáculo importan más que la anhelada información. Los rumores, esos que antes no eran noticia, protagonizan páginas y páginas para llamar a los lectores. Cuando aciertan, estos medios muestran su vanidad recordando que ellos fueron los primeros en informar de algo que nadie sabía. Pero, cuando fallan, no son capaces de pedir perdón a esa audiencia que les acompaña a diario y que cada vez está más cansada de sus mentiras.
Uno de los principales problemas de los medios de comunicación españoles es la falta de financiación. La publicidad, que traía beneficios en la ya lejana época en la que triunfaba el papel, no basta para cubrir gastos en los medios online. Si unos han intentado sobrevivir sin cambiar apenas el modelo, otros han confiado en la figura del socio como contrapoder para evitar tirar a la papelera las noticias que no gustaran a sus anunciantes. Por ejemplo, Ignacio Escolar ha demostrado que este modelo es posible, rentable y que además aporta beneficios.
Pero los españoles no están acostumbrados a pagar por la información. Pagan para ver el fútbol o para ver series en Netflix, pero muy pocos pagan para leer el periódico. Es gratis, no hace falta pagar nada. Para que la sociedad pague por la información es necesario ofrecer un contenido exclusivo y de calidad. Se pagará por el prestigio, no por algo que te puedan ofrecer otros sin ningún coste. El valor de las firmas y la confianza también serán de vital importancia.
Javier Mayoral recupera en su ensayo una frase de Malén Aznárez que define a la perfección el extenso camino que todavía existe entre pagar por la información y los lectores. “Es difícil exigir buena información cuando no estamos dispuestos a pagarla”, razona la presidenta de Reporteros sin Fronteras. Es así. Uno de los graves errores de los medios ha sido ofrecer en sus periódicos digitales lo mismo que ya ofrecían en el papel. La diferencia está en que gran parte de la sociedad ya no compra el periódico entero, sino que solo entra en lo que más le gusta.
Sin embargo, Mayoral apenas presta atención en su ensayo al importante papel de los lectores. La audiencia también es culpable de la crisis, porque como bien explica Vicente Vallés, los contenidos están condicionados por ella. Los lectores buscan entretenerse, no informarse. El periodista está obligado a escribir sobre los “gatitos” porque los lectores quieren leer sobre “gatitos”. Pero si esos “gatitos” apenas tuvieran visitas, no escribirían sobre ellos porque no tendrían ninguna repercusión en los números de la empresa.
La crisis del modelo de negocio ha contagiado al periodismo, que trata de buscar la luz entre las tinieblas. La deseada regeneración profesional parece lejana, con los periodistas distanciándose de los lectores ahora que pueden estar más cerca de ellos. El periodismo debe reconstruir su sello de identidad para recuperar la esencia de la que todavía es una profesión maravillosa. Para ello, la labor de los estudiantes que ahora acuden a las aulas será fundamental.

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