Una
necesaria reflexión sobre periodismo
Guillermo Córdoba Santos
Las personas que me conocen saben que soy un
chico al que le gusta mucho leer. De hecho, esa fue una de las razones que me
empujaron a elegir hace algo más de tres años la carrera de Periodismo. Quizá
esa manía empezó en casa gracias a mi abuelo, que cogía casi todos los días el
20 Minutos, un periódico gratuito que todavía sigo leyendo en papel en la
universidad. Además, todos los domingos, mi abuelo compraba (y compra) el
Diario AS, que también leía. Pero esa costumbre de leer no viene sólo por lo
que he leído en casa.
Cada dos fines de semana tenía que irme con mi
padre, y tanto el sábado como el domingo íbamos a un bar a tomar algo con
varios amigos suyos. Yo, un niño de, no sé, 10 o 15 años, me aburría allí, y
eso me llevó a leer el periódico, porque rara vez puedo estar quieto. Mientras
mi padre y sus amigos charlaban botellín en mano, yo me sentaba en una mesa y
leía, intentando así que el tiempo pasara más rápido. Hoy me encanta leer
gracias a esa afición por la lectura de mi abuelo y a los fines de semana de bar
y lectura con mi padre.
El último curso de la carrera de Periodismo ha
puesto en mi camino un libro sobre la que quizá será mi futura profesión. Periodismo herido busca cicatriz, de
Javier Mayoral, se define a la perfección en un título que no deja indiferente
a nadie. El escritor, con reflexiones tanto personales como compartidas, busca
respuestas a la debilidad de uno de los pilares más importantes de una
sociedad. Se aparta del oscuro silencio para encontrar la luz a pesar de los
múltiples obstáculos.
El periodismo es, sin duda, un oficio en crisis
y lleno de incertidumbre. Ha perdido la credibilidad que antes atesoraba
confundiendo rumores con noticias y dejando de lado a la sociedad en una
búsqueda constante de la rentabilidad. La profesión ha sido golpeada por el
cambio tecnológico, que ha hecho desaparecer quioscos mientras móviles y
ordenadores ganaban la batalla al papel. Como bien cuenta en el libro Iñaki
Gabilondo, “se cae un mundo y está naciendo otro”.
Recuerdo leer hace dos veranos El fin de una época, del periodista
Lluís Bassets. Todavía guardo la imagen de una de las páginas. En uno de los
párrafos, el autor define a la perfección la importancia de anticiparse a las
crisis. Cito textualmente.
“El mejor momento para reflexionar sobre una
crisis es antes, cuando todavía nada ha sucedido, y aún hay tiempo para
prepararse y encajar lo que vaya a venir en buenas condiciones. Pero entonces
nadie piensa en los malos tiempos que pueden venir sino en sacar provecho de
los tiempos buenos que todavía se disfrutan”.
He recordado esa imagen mientras leía el
diálogo de Javier Mayoral con Soledad Gallego-Díaz. En él, reflexionan sobre los
cambios que la crisis ha producido en los criterios de selección de noticias,
en esas reglas básicas que han cambiado. Con el paso de los años, la opinión le
ha comido el terreno a la información y ha irrumpido en un ámbito en el que
antes tenía vetada la entrada. Antes, los hechos eran más importante que el
negocio y la rentabilidad.
La autocrítica, necesaria en el tortuoso camino
hacia la idónea regeneración, ha sido escasa. Muchos periodistas (no todos, por
supuesto), han elegido quedarse en casa en vez de salir a la calle a buscar la
solución al problema. Mientras, parte de ellos han sufrido las consecuencias de
una crisis laboral en la que la famosa rentabilidad ha ganado la partida a la
calidad. En lo público y en lo privado, miles de profesionales se han quedado
en la calle sin poder hacer lo que les gusta.
Pero esa falta de autocrítica es consecuencia,
también, del miedo, de la censura y de la manipulación. Resulta sorprendente y
triste esa breve anécdota en la que un alumno de la clase del autor reconoce
con sinceridad que “no le han publicado algún texto porque podía molestar”. Lo
hace como si fuera normal, como otra de esas costumbres que no nos sorprenden
porque sabemos que no van a cambiar. Es un combate desigual pero no imposible
de ganar.
La crisis, la famosa crisis, ha maltratado al
periodismo. Los lectores ya no confían en los periodistas porque se sienten engañados.
La pérdida de la información en favor del espectáculo ha resentido esa confianza
tan difícil de ganar y mantener. Así, los periodistas han sido abandonados por
parte de una audiencia que no ha querido soportar más el engaño. Esto ha
resentido la calidad de la democracia y ha hecho dejar a un lado los principios
profesionales de la profesión.
La mentira es más barata que la verdad. Es más
fácil publicar mentiras, es más fácil inventar, buscar un beneficio con un bulo
o una noticia falsa antes que contar las cosas como son. Internet y la
inmediatez han propiciado el crecimiento de las noticias falsas, que se
difunden con rapidez a través de las redes sociales. Pasan de un dispositivo a
otro sin contraste alguno para confundir a una sociedad que ya no sabe lo que
creer y que se deja llevar por las emociones.
La educación es un aspecto fundamental para los
periodistas. Su primer objetivo es formarse, adquirir un conocimiento en la
universidad para convertirse en unos buenos profesionales en el futuro. Deben
cumplir con lo que la sociedad espera de ellos. Por eso, cualquiera no puede
ser periodista. Sin unas nociones básicas no se puede ejercer una profesión tan
vocacional como esta. Y para formarse de la mejor manera posible el papel de
los profesores es esencial.
Sin embargo, existe el problema de la
ortografía. En el libro, Alex Grijelmo aboga por suspender a todos aquellos
alumnos que tengan una falta de ortografía. Esto obligaría a una mayor
exigencia que eleve los conocimientos de los alumnos, ya que escribir bien es
tan importante como informar bien. Tanto el periodista como Mayoral piden
dedicar más tiempo a la redacción en las aulas, algo que sin duda concuerda con
el criterio de los alumnos que acuden a la universidad.
Los estudiantes demandan más práctica y menos
teoría, pero son pocos los que al ser preguntados levantan la mano para
confirmar que escriben en algún lugar fuera de la universidad. Las múltiples
opciones que ofrece Internet dejan todavía más claro que el interés de los
jóvenes por la lectura es cada vez menor. La falta de entrenamiento en las
aulas es evidente. Aparece en cada examen, con faltas de ortografía y errores
gramaticales fruto de un mal aprendizaje pasado y de un mínimo interés por
solucionar ese problema en el presente.
Entonces, ¿cómo salen de la universidad los
estudiantes de periodismo? ¿Salen bien formados? La pregunta, difícil de
responder, merece toda la atención por su importancia para el futuro. Si la
formación no es la ideal, dentro de unos años los profesionales no harán bien
su trabajo y el periodismo seguirá marchitándose en ese túnel infinito por el
que todavía no ha llegado la luz. La solución, en ese caso, debe ser rápida
para que las generaciones futuras puedan subsanar un problema que si ahora es
grave irá a peor, como todo, con el tiempo.
El libro también tiene su espacio para el
despreciado periodismo deportivo. Son lugares en los que la expectación y el
espectáculo importan más que la anhelada información. Los rumores, esos que
antes no eran noticia, protagonizan páginas y páginas para llamar a los
lectores. Cuando aciertan, estos medios muestran su vanidad recordando que
ellos fueron los primeros en informar de algo que nadie sabía. Pero, cuando fallan,
no son capaces de pedir perdón a esa audiencia que les acompaña a diario y que
cada vez está más cansada de sus mentiras.
Uno de los principales problemas de los medios
de comunicación españoles es la falta de financiación. La publicidad, que traía
beneficios en la ya lejana época en la que triunfaba el papel, no basta para
cubrir gastos en los medios online. Si unos han intentado sobrevivir sin
cambiar apenas el modelo, otros han confiado en la figura del socio como
contrapoder para evitar tirar a la papelera las noticias que no gustaran a sus
anunciantes. Por ejemplo, Ignacio Escolar ha demostrado que este modelo es
posible, rentable y que además aporta beneficios.
Pero los españoles no están acostumbrados a pagar
por la información. Pagan para ver el fútbol o para ver series en Netflix, pero
muy pocos pagan para leer el periódico. Es gratis, no hace falta pagar nada.
Para que la sociedad pague por la información es necesario ofrecer un contenido
exclusivo y de calidad. Se pagará por el prestigio, no por algo que te puedan
ofrecer otros sin ningún coste. El valor de las firmas y la confianza también
serán de vital importancia.
Javier Mayoral recupera en su ensayo una frase
de Malén Aznárez que define a la perfección el extenso camino que todavía
existe entre pagar por la información y los lectores. “Es difícil exigir buena
información cuando no estamos dispuestos a pagarla”, razona la presidenta de
Reporteros sin Fronteras. Es así. Uno de los graves errores de los medios ha
sido ofrecer en sus periódicos digitales lo mismo que ya ofrecían en el papel.
La diferencia está en que gran parte de la sociedad ya no compra el periódico
entero, sino que solo entra en lo que más le gusta.
Sin embargo, Mayoral apenas presta atención en
su ensayo al importante papel de los lectores. La audiencia también es culpable
de la crisis, porque como bien explica Vicente Vallés, los contenidos están
condicionados por ella. Los lectores buscan entretenerse, no informarse. El
periodista está obligado a escribir sobre los “gatitos” porque los lectores quieren
leer sobre “gatitos”. Pero si esos “gatitos” apenas tuvieran visitas, no
escribirían sobre ellos porque no tendrían ninguna repercusión en los números
de la empresa.
La crisis del modelo de negocio ha contagiado
al periodismo, que trata de buscar la luz entre las tinieblas. La deseada
regeneración profesional parece lejana, con los periodistas distanciándose de
los lectores ahora que pueden estar más cerca de ellos. El periodismo debe
reconstruir su sello de identidad para recuperar la esencia de la que todavía
es una profesión maravillosa. Para ello, la labor de los estudiantes que ahora
acuden a las aulas será fundamental.
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