viernes, 20 de diciembre de 2019

Momentos: Costumbres

Momentos: Costumbres

“La costumbre amortigua la sensibilidad”. Podría ser la frase perfecta para mi inexistente perfil de Instagram o una conocida expresión de Paulo Coelho. Pero no es nada de eso. Esa frase, tan magnífica como verdadera, se la escuché por primera vez a José Carlos García Fajardo, periodista, profesor emérito de la Complutense y uno de mis referentes en esta profesión. Él la toma de Kant, filósofo conocido por todos y odiado cuando llega la Selectividad. Pero no he escrito esto por él. Escribo esto como una reflexión personal sobre las costumbres.
Las personas que me conocen saben que soy un chico de costumbres. Guardo el móvil en el bolsillo izquierdo y las llaves en el bolsillo derecho. La cartera, que hasta hace no mucho se quedaba en casa cogiendo polvo, ahora acompaña a las llaves. Cuando voy a la universidad (cada vez menos) me subo en el quinto vagón del tren. Cuando vuelvo, prefiero el segundo. Siempre, si es posible, cerca de la salida con el objetivo de ahorrar tiempo, ese que valoro menos de lo que debería.
A veces me tomo la vida como una carrera.
Cuando voy a clase suelo sentarme en las primeras filas, para estar cerca de la pizarra y del proyector, ese que le ha robado protagonismo a las tizas en la última década. Sin moverme en exceso de las aulas, siempre he preferido estudiar en silencio. Pienso, con cierto recelo, en aquellos que estudian escoltados por la música, como si en el examen les fueran a preguntar por la última canción de Maluma. O mejor, por el último éxito de Don Patricio. Lo siento, profesor. No responderé a esa pregunta lejos de una discoteca.
Y allí, entre un baile y la vergüenza, no puede faltar el ron con Coca-Cola.
Recuerdo que hace varios años, en mis numerosos viajes en el desacreditado transporte público, llevaba a la música como única compañía. Pero, sobre todo en el último curso, sustituí esa costumbre por algún que otro libro relacionado con mi Trabajo Fin de Grado. También influyen los cascos, ese delgado artilugio que destaca por su sensibilidad. Creo que me falta memoria para contar el número de auriculares que he roto por mi falta de delicadeza. Y los que tengo ahora se escuchan cada día peor. Es genial.
Siguiendo con la música, tengo la costumbre de escuchar y escuchar a un grupo hasta que descubro a otro. Me pasó hace años con MatchBox Twenty o con Poets of the Fall, hace no tantos con Sam Outlaw o hace uno con la inimitable Lydia Loveless. Lo mismo ha ocurrido hace no mucho cuando recordé que me encanta Rod Stewart. Es una etapa de la que no puedo escapar. Escucho a un artista durante semanas y me olvidó del resto como si no existieran. Hasta que me doy cuenta de que no puedo vivir sin ellos.
Ahora quiero dejar a un lado a mi persona y aludir a la figura imprescindible de mi abuelo. Habitual comprador del ‘Diario AS’ al menos durante una década, este verano ha dejado de comprar ese periódico que visitaba nuestra casa todos los domingos. Preguntado por el motivo, me dijo que no lo compraba porque en verano no había partidos de liga. Pero ahora, pasado el otoño e iniciado el invierno, continúa sin acudir al quiosco.
Costumbres que se pierden sin saber muy bien por qué, y que ya son difíciles de rescatar.
En mi adolescencia y cada dos fines de semana me veía con mi padre para pasar unas horas juntos. Nada más subirme al coche, tenía preparado el bolígrafo para rellenar, con conocimiento o no, un nuevo boleto de La Quiniela. La primera columna era la suya y la segunda columna era la mía. Como cuando cortas el pan y sabes que el coscurro no te corresponde a ti. A pesar de alguna mínima recompensa, nunca nos tocó el suficiente premio para retirarnos y perdimos la costumbre. Ahora sólo buscamos la ilusión de dejar de echarlas con los partidos de Champions.
Hasta que nos toque, quizá. O hasta que perdamos la costumbre.
Otra costumbre que me fascina es la de responder automáticamente “bien” cuando nos preguntan qué tal. Quizá es porque esa respuesta es la más fácil, sencilla, corta, no deja lugar a otra porque después de decir “bien” sueltas un ¿y tú? Influye esa dificultad que, en general, tenemos para mostrar nuestros sentimientos incluso a nuestro círculo más cercano. O, también, esa idea equivocada de que la gente no tiene que escuchar tus problemas. No. Si me importas estoy dispuesto a escucharte, a tomarme algo contigo con el objetivo de ayudarte. Cuéntame qué te pasa y dime si de verdad estás bien.
Pero no siempre estamos bien cuando decimos que estamos bien.
En este país existe una costumbre destacada: hablar sin saber. Pero, ¿de qué? De todo. Da igual que no conozcas el tema o a la persona, hablas. Soy crítico con algo que yo hago, quizá por costumbre, quizá por una falta de reflexión interna. No lo sé, pero lo hago. También escucho con cierta insistencia la frase “gracias a Dios”. Lo respeto, pero no lo entiendo. Hay personas que repiten una y otra vez esta frase, sin importar cuál sea el contexto. Todo viene provocado por la religión, que ha impuesto como tradición una frase cada vez menos pronunciada por los jóvenes.
Una de las peores costumbres que existen es la de aludir a la suerte para todo. Suerte por ganar un partido en el descuento, suerte para un examen para el que has estudiado (o bueno, igual no), suerte para una entrevista de trabajo o suerte, también, para ligar. Por algo la suerte es la excusa perfecta de los perdedores. La suerte importa, sí, e influye, pero no es lo más importante en la vida. No hay que desear suerte para todo como si fuera una especie de obligación que te haga quedar bien con la otra persona.
La vida no se justifica con la suerte.
Sí se puede aludir a ella en los juegos de azar. En una partida de cartas, al dominó o a cualquier juego que haga menos ruido que el bingo. Ahí sí que influye la suerte. Pero no es decisiva en un partido de fútbol, en una carrera de automovilismo o en una entrevista de trabajo. Te cogerán o no por tus méritos, no por la suerte. Si una persona demuestra que es mejor que otra será elegida para un puesto por la justicia, no por la suerte. Y por eso es mejor decir “que vaya bien”, “éxito” o “justicia” antes que desear suerte.
La suerte es esa excusa que queda bien en cualquier historia. Incluso en el currículum.
Hace años (muchos, creo) tenía la costumbre de pedir a personas que conocía su Tuenti o, años más tarde, su Twitter. Descartado Instagram, ahora hago lo mismo con LinkedIn. El problema de madurar, quizá. Pero hay otras costumbres que vienen impuestas por el tiempo, como dejar propina cuando vas a comer o quitarse años cuando ya tienes una cierta edad. Esa manera habitual de actuar, de comportarnos, de vivir, hace que nuestro día a día esté repleto de costumbres. Algunas nos acompañarán siempre, pero otras se quedarán en el quiosco junto al periódico de mi abuelo. Y recuperarlas será complicado.
La vida se hace de costumbres.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Estás en tu derecho de dejar tu comentario.