viernes, 27 de marzo de 2020

Incertidumbre (II): Contar historias

Incertidumbre: Contar historias
El sol despierta en un cielo deshabitado sin la compañía de las nubes. Incansable, ilumina un nuevo día sabedor de que hoy tampoco habrá jolgorio en las calles más allá del rutinario aplauso de las 20:00. En casa, ya no hay prisa para casi nada ni inquietud por los atascos. Hay una cierta tranquilidad para todo. Incluso, las personas que tardaban cinco minutos en ducharse ahora alargan más su estancia en el baño. Han descubierto que, en ese período de tiempo, es imposible ducharse.
En el salón, la televisión ha reforzado su reinado favorecida por la información. Sin la posibilidad de pisar la calle más allá que para lo justo y necesario, los medios de comunicación se han convertido en una herramienta esencial para la ciudadanía. Son imprescindibles en la incertidumbre. Todos han aumentado su audiencia, pero la carencia de la publicidad perjudica su momento presente y complica su futuro. Más visitas de la sociedad no garantizan su supervivencia informativa.
Pasamos horas pendientes de las noticias. Queremos conocer cómo evoluciona la famosa curva, el número de contagiados y de muertos, el número de altas. Números que esconden historias sin despedidas entre la angustia de los recuerdos. Pero la vida no es un simple número que aumenta o se reduce. Está por encima de eso. El otro día me decía mi padre por teléfono que los medios “siempre hablan de lo mismo”. Tenía razón, pero la situación así lo requiere. Ahora es imposible tener una conversación sin mencionar el virus. Y pasará lo mismo en las próximas semanas.
Toda la agenda informativa queda marcada por las novedades sobre el coronavirus. Una rueda de prensa altera la escaleta como si de un terremoto se tratase. Existe un ‘última hora’ constante, cuando antaño quedaba reservado a de vez en cuando. Pienso con esto en un colectivo maltratado por lo que dejará esta crisis: los periodistas. Miles pisan cada día las calles para contar a los ciudadanos qué está pasando. Lo hacen, claro, jugándose la salud como tantos otros.
Mi instinto periodístico me llama. Me encantaría pasear en la soledad de Madrid para contar historias. De día y de noche, conocer de verdad a los héroes que ahora veo por televisión o en internet. Jugar a ser un referente como Manuel Jabois o Nacho Carretero. Escribir sobre la tortura de los familiares de las personas aisladas en las residencias o sobre la cuarentena en los pueblos de la España despoblada.  Tener tiempo y recursos para investigar, charlar, hacer el periodismo que me gusta. Buscar la noticia en la calle sin esperar a que la noticia llegue a mi casa.
Pero sé que todavía no puedo cumplir un sueño que ahora parece una utopía.
Sin embargo, podré hacerlo cuando acabe una cuarentena sin línea de meta conocida. La normalidad traerá consigo cientos de posibilidades para recuperar la costumbre de escribir más allá de esta reflexión semanal. Podré dedicar un reportaje a los profesionales de la salud, que después del estado de alarma continuarán sin tener los medios adecuados. Hablar de la reincorporación al mundo laboral de Felipe, Pedro o César, tres curtidos hosteleros que ahora han tenido que bajar la persiana. Sobre los millones de estudiantes que, todavía, no saben cuándo volverán a pisar las aulas. O sobre el nuevo primer día en una peluquería.
En definitiva, mi intención es contar historias cuando todo esto pase y hablemos de las consecuencias del pasado. Escribir cuando los aplausos ya no denuncien que la pandemia ha cambiado nuestras vidas.


Este texto pertenece a Incertidumbre, una sección creada por el retiro vital que ha provocado la pandemia del coronavirus. Cuenta con una reflexión semanal centrada en la extraña situación en la que nos encontramos. Puedes leer el resto de entregas en los enlaces que aparecen aquí debajo.
IV. Cifras.
V. Tiempo.
VI. Paseo.
VII. Negocio.
VIII. Culpable.
IX. Amistad.
X. Carrera.
XIII. Desconexión.

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