Incertidumbre: Contar historias
El sol despierta en un cielo
deshabitado sin la compañía de las nubes. Incansable, ilumina un nuevo día
sabedor de que hoy tampoco habrá jolgorio en las calles más allá del rutinario
aplauso de las 20:00. En casa, ya no hay prisa para casi nada ni inquietud por
los atascos. Hay una cierta tranquilidad para todo. Incluso, las
personas que tardaban cinco minutos
en ducharse ahora alargan más su estancia en el baño. Han descubierto que, en
ese período de tiempo, es imposible ducharse.
En el salón, la televisión ha reforzado su reinado favorecida por la información. Sin la posibilidad de pisar
la calle más allá que para lo justo y necesario, los medios de comunicación se
han convertido en una herramienta esencial para la ciudadanía. Son
imprescindibles en la incertidumbre. Todos han aumentado su audiencia, pero la
carencia de la publicidad perjudica su momento presente y complica su futuro.
Más visitas de la sociedad no garantizan su supervivencia informativa.
Pasamos horas pendientes de
las noticias. Queremos conocer cómo evoluciona la famosa curva, el número de
contagiados y de muertos, el número de altas. Números que esconden historias
sin despedidas entre la angustia de los recuerdos. Pero la vida no es un simple
número que aumenta o se reduce. Está por encima de eso. El otro día me decía mi
padre por teléfono que los medios “siempre hablan de lo mismo”. Tenía razón,
pero la situación así lo requiere. Ahora es imposible tener una conversación
sin mencionar el virus. Y pasará lo mismo en las próximas semanas.
Toda la agenda informativa
queda marcada por las novedades sobre el coronavirus. Una rueda de prensa
altera la escaleta como si de un terremoto se tratase. Existe un ‘última hora’
constante, cuando antaño quedaba reservado a de vez en cuando. Pienso con esto
en un colectivo maltratado por lo que dejará esta crisis: los periodistas.
Miles pisan cada día las calles para contar a los ciudadanos qué está pasando.
Lo hacen, claro, jugándose la salud como tantos otros.
Mi instinto periodístico me
llama. Me encantaría pasear en la soledad de Madrid para contar historias. De
día y de noche, conocer de verdad a los héroes que ahora veo por televisión o
en internet. Jugar a ser un referente como Manuel Jabois o Nacho Carretero.
Escribir sobre la tortura de los familiares de las personas aisladas en las residencias o sobre la cuarentena en los pueblos de la España despoblada. Tener tiempo y recursos para investigar,
charlar, hacer el periodismo que me gusta. Buscar la noticia en la calle sin
esperar a que la noticia llegue a mi casa.
Pero sé que todavía no puedo
cumplir un sueño que ahora parece una utopía.
Sin embargo, podré hacerlo
cuando acabe una cuarentena sin línea de meta conocida. La normalidad traerá
consigo cientos de posibilidades para recuperar la costumbre de escribir más
allá de esta reflexión semanal. Podré dedicar un reportaje a los profesionales
de la salud, que después del estado de alarma continuarán sin tener los medios
adecuados. Hablar de la reincorporación al mundo laboral de Felipe, Pedro o
César, tres curtidos hosteleros que ahora han tenido que bajar la persiana.
Sobre los millones de estudiantes que, todavía, no saben cuándo volverán a
pisar las aulas. O sobre el nuevo primer día en una peluquería.
En definitiva, mi intención
es contar historias cuando todo esto pase y hablemos de las consecuencias del
pasado. Escribir cuando los aplausos ya no denuncien que la pandemia ha
cambiado nuestras vidas.
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