Incertidumbre: Cifras
Encontrar la inspiración es
cada día más difícil. Las palabras, a veces, no salen. No pueden o no quieren
salir. Me siento frente al ordenador con ganas de reflexionar, pero lo único
que encuentro es el silencio. No sé por dónde empezar, ni hacia dónde guiar la
cuarta reflexión del confinamiento. Siento que el tiempo pasa despacio, que no
encuentro las ganas para hacer algo más que lo esencial. Es fácil explicarlo:
el estado de alarma empieza a pasarme factura. Física y mentalmente. Es así, y
por eso lo mejor es reconocerlo aunque a veces cueste hacerlo.
La Semana Santa no ha
cambiado nada. Quedarse en casa sigue siendo el único mandamiento. Los fieles
no han consultado con la almohada qué ponerse y los santos se han ahorrado el
tradicional saludo. Ellos no reparten caramelos como los reyes, pero sacan a
millones de personas a las calles cada año. En algo hay que creer, quizá. Unos
creen en la religión, otros en un regate de Messi y otros, como yo, creen en lo
que ven. Todo pasa por mantener la costumbre o elegir otro camino.
Escucho el peculiar ruido del
ascensor antes de que el sol brille en el horizonte. Hay vecinos que, con perro
o con la ausencia de él, madrugan como siempre. Suben y bajan como las cifras,
esas que ahora tenemos presentes en cada telediario. Antes, cuando la vida era
normal, nos acompañaban en la cartilla del banco, al conocer el dato del paro o
cuando íbamos a comprar sin más compañía que un par de bolsas. Ahora lo hacen
desde que amanece. Cambian, se actualizan, aquí y al otro lado del mundo. Se
han convertido en una herramienta de la que nos impiden separarnos.
A mí siempre me han gustado
los números. Mi madre cuenta que cuando estaba en Primaria, esa etapa que
apenas recuerdo, me encantaban las matemáticas. Era el mejor de la clase, y destacaba
haciendo operaciones de cabeza. Primero sumas y restas, más tarde
multiplicaciones y divisiones. Después, quedé enrolado en el bando opuesto, el
de las letras, pero sin perder mi afición por lo que me interesa. Por poner dos
ejemplos deportivos, adoro analizar datos cuando veo la Fórmula 1 o para saber
cuántos goles ha marcado o regalado cualquier futbolista.
Volvamos a la actualidad si
es que nos hemos evadido de ella.
Noto una falta de delicadeza
para contar cuántas personas han muerto hoy. Parece existir una cierta
sensación de alegría si han sido menos que ayer, como si la muerte fuera un
simple número que no entiende de sentimientos. Quizá ella, tan cruel, no los
tiene. Pero los familiares del difunto sí. Es ingenuo criticar una forma de
comunicar sin aportar una solución. Yo no la tengo. No sabría cómo contar de la
mejor forma posible que hoy han muerto menos personas que ayer. Contarlo, lo
contaría. Pero necesitaría semanas de reflexión para saber cómo es mejor
contarlo.
Leo que más de 100.000
personas han muerto en todo el mundo desde que esto empezó. Según cifras
oficiales, dicen, porque las no oficiales es mejor no contarlas. A veces por la
falta de medios, como pueden ser los test; otras, por la ausencia del querer,
ese mecanismo infalible cuando decidimos no hacer las cosas bien. Contar la
verdad sin querer contar la verdad es fácil. Todo se basa en la importancia que
le des a la mentira, esa que solo está mal cuando no la cuentas tú. Dilemas
como el pecado y la culpa te acompañarán hasta que encuentres la penitencia
perfecta.
Recuerdo una escena de la
serie NAVY: Investigación Criminal.
Tony DiNozzo y Ziva David, dos de los personajes, regalan un diálogo que recojo, ante mi falta evidente de inspiración, como reflexión final.
─ Tienes que decirle la verdad.
─ Solo cuando me dé cuenta de
que las mentiras no funcionan.
Este texto pertenece a Incertidumbre, una sección creada por
el retiro vital que ha provocado la pandemia del coronavirus. Cuenta con una
reflexión semanal centrada en la extraña situación en la que
nos encontramos. Puedes leer el resto de entregas en los enlaces que aparecen
aquí debajo.
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