Incertidumbre: Tiempo
El semáforo está en rojo y
huele a tormenta. El cielo busca estallar, preparado para desahogarse. Sabe que
el paraguas ya no es necesario. El semáforo se pone en verde, y los peatones
invisibles esperan su turno. Escucho el ruido que surge del asfalto, pero no
recuerdo el bullicio compartido de las calles. Los coches, ahora más libres,
llevan puesta la mascarilla. Respiran los gases que dejan sus compañeros en la
carretera. Aparecen uno detrás de otro en el horizonte sin la distancia
necesaria.
La salud por encima de la
economía y el dinero por encima de la vida. Decisiones.
Suena Maná, energía
desbordada. Hace semanas recuperé la rutina de escuchar a este legendario grupo
después de años de asueto. En 2008 presentaron Arde el cielo, un magnífico disco que combinaba doce canciones en
directo con dos temas inéditos. Uno de ellos se titulaba Si no te hubieras ido, una canción que no tardé en identificar con
la reciente muerte de mi abuela. Sonrisas perdidas entre besos y comuniones.
Escasos recuerdos por mi juventud y la ausencia de una despedida.
Si no te hubieras ido sería tan feliz.
Toda la vida viendo películas
en la que nos visitan seres sobrenaturales y resulta que no podemos (o debemos)
salir de casa por un virus al que no le ponemos cara. Como cuando en WhatsApp
nos habla alguien y no vemos su foto de perfil. Hay más miedo a ir al
supermercado que a sacar al perro. Incógnitas de la vida. Tener perro se ha
convertido en el ‘copas gratis’ de la discoteca. Cubatas y paseos a precio de
amigo. Una excursión de cinco kilómetros con la ventaja de no regresar borracho a casa. Más tiempo para pensar con
la excusa de portar una correa.
Ahora tenemos más tiempo para
hacer lo que no hacíamos cuando no teníamos tiempo. Desayunar un par de
tostadas y un zumo de naranja para así escapar de la costumbre del vaso de
leche con cereales. Leer un libro que te regalaron hace tres años, ver
películas y series atrasadas, ordenar tu cuarto y el de tu vecino, borrar los
correos electrónicos atrasados. Tejer una vida repleta de proyectos cerrados
que quedan incumplidos ante tu falta comprensible de ganas. Más tiempo para
nada. Más tiempo para no hacer lo que tampoco hacíamos cuando no teníamos
tiempo.
Tener ganas sin tiempo. Tener
tiempo sin ganas.
Dicen que la vida es corta y
no entiendo por qué. Parece un carpe diem
constante, como si estuviéramos en el colegio aprendiendo los tópicos
literarios. Aprovecha el momento, vive, disfruta, sonríe. Si la esperanza de
vida en España supera los 80 años, me quedan casi tres cuartos de vida para
perder el tiempo. Aparecen de la nada miles de recursos para que el
aburrimiento sea nuestra última opción. Que nadie se aburra, que nadie pierda
el tiempo, que nadie pueda decir “no”.
Echo de menos no tener tiempo
para perder el tiempo. Dejar las cosas para última hora, sentir una sensación
agradable tirado en el sofá. Seguir las palabras de un escritor magnífico pero desconocido como Antonio Agredano. “Gruñir
por tener que bajar la basura, poner a los niños de excusa para no quedar con
los amigos, tumbarse en el sofá no por obligación, sino por pura y
concupiscente pereza. Volver a nuestras nadas, orgullosos y vulgares. Iguales o
peores. Qué más dará eso”.
Es tiempo de esperar en la
incertidumbre. Tiempo de pensar en los que están y en los que no volverán.
Tiempo de perder el tiempo ahora que tenemos tiempo.
Este texto pertenece a Incertidumbre, una sección creada por
el retiro vital que ha provocado la pandemia del coronavirus. Cuenta con una
reflexión semanal centrada en la extraña situación en la que
nos encontramos. Puedes leer el resto de entregas en los enlaces que aparecen
aquí debajo.
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