Incertidumbre:
Cumpleaños
El sonido de un autobús rompe el silencio de una mañana de
julio. Navega en la soledad de una carretera despejada. Nadie sube, nadie baja.
Es temprano. Ya no está el armario que abandonaron ayer junto a los cubos de la
basura. Un recuerdo ahora olvidado. De acompañante a trasto. De útil a
prescindible. Tampoco veo un colchón tirado al otro lado de la calle. Más
recuerdos, quizá algo más tristes. Un coche arranca y el conductor cierra la
puerta. La música es de discoteca. Volumen elevado sin pedir permiso y una
letra entre el amor y la amargura. Algunos echamos de menos buenos momentos
vividos durante la noche. Volverán. Creo.
Sopla un aire que relaja antes de que el sol apriete. Paseos
matutinos. Solos o en familia. Con el perro o en busca y captura de una mascota.
Ahora es tiempo de calor, mosquitos y de buscadores de sombras. Enemigos
declarados del sol. Llega julio como síntoma del paso del tiempo y es que los
meses que parecían eternos han pasado volando. Un período intenso y dañino que
a veces es mejor no recordar, pero que no abandonará nuestra memoria. Dejará
millones de cicatrices, como esa pesadilla que se repite una y otra vez, y que
nos empuja a un abrupto despertar.
Realidad o ficción.
Siempre he tenido una buena relación con los cumpleaños, esas
fechas especiales en la infancia que mutan en un día más con el paso de los
años. Me gusta escribir felicitaciones en forma de tesis y mandar abrazos en la
distancia. Solo recuerdo una vez donde mi despiste acabó convertido en
anécdota. Olvidé felicitar a un amigo mío que cumple los años a finales de
enero, y esa misma semana quedamos para ponernos al día. Pasea que te pasea,
sin darme cuenta de nada, pasada la hora caí en que había olvidado la
felicitación. Del olvido a la risa en un instante.
Mi memoria ya no recuerda tanto como antes.
Hay fechas que queremos recordar y otras que luchamos por
olvidar. Hoy hace diez años que España conquistó una estrella en Sudáfrica y hace trece años que murió mi abuela. Aniversarios opuestos que comparten fecha: 11
de julio. Aniversarios opuestos que recordaré hasta que quizá me visite el
alzhéimer. Lo dejé escrito hace un tiempo. “No
entiendo por qué la edad deja de crecer cuando una persona muere, ya que su
recuerdo pervive durante un tiempo entre sus familiares y amigos”.
84 años habrías cumplido el 14 de febrero.
El otro día recordé que mi madre guarda en un cajón una vela
con el número ‘3’. Llegó hace mínimo un lustro a casa y todavía espera su
momento rodeada de tenedores y cuchillos. Quizá agonice cuando cumpla 23,
cuando llegue a la temida década de los 30 o cuando mi madre cumpla sin
quererlo los 63. Se extinguirá con una tarta de fresa o con una tarta de San
Marcos. Un placer eterno. Costumbres de cumpleaños. Como la que nos llevaba a
disfrutar sin cuerdas en las fiestas de nuestra niñez. Solo teníamos dos
objetivos: comer y jugar, jugar y comer. El orden de los factores no alteraba
el producto.
He vivido cumpleaños especiales y otros que, como decía
antes, han sido un día más del calendario. Me gusta leer lo que me escriben y
responder en su justa medida. Agradecer la compañía con buenas y bonitas
palabras. Otras veces he echado de menos el mensaje de alguna persona, como esa
anécdota que viví con mi amigo de hace varios párrafos. Comprensible, claro.
Esas personas, interesadas quizá, olvidaron escribir ese día y en los meses
siguientes. Nuestra amistad quedó confinada y, a día de hoy, sé que ya no
volverán. No me arrepiento de nada.
Los cumpleaños están para celebrar o recordar. Disfrutar de
los 88 años de mi abuelo o no olvidar los 84 que tendría mi abuela. Que la
incertidumbre no nos robe a las personas que más queremos para que puedan
seguir soplando las velas.
Este texto pertenece a Incertidumbre, una sección creada por
el retiro vital que ha provocado la pandemia del coronavirus. Cuenta con una
reflexión semanal centrada en la extraña situación en la que
nos encontramos. Puedes leer el resto de entregas en los enlaces que aparecen
aquí debajo.
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